Pensé que Tron sería el último comentario del año, pero me encontré con este filme y quise hacer —ahora sí— un último cierre cinéfilo antes de que termine el año.
La premisa es simple: un hombre planea el asesinato de un millonario ruso, amigo suyo, para quedarse con parte de su fortuna.
En este mundo existen inteligencias artificiales con forma humana, creadas tanto para asistir como para acompañar (y sí, también para funcionar como parejas). Estos robots pueden configurarse casi como un teléfono celular: apariencia física, personalidad, nivel de afecto, vínculo sentimental y todo ajustable a gusto del consumidor.
Donde Companion realmente brilla es en cómo se desarrolla la historia. El elenco está compuesto por personajes con backgrounds coherentes, lo suficientemente bien construidos como para que uno termine interesado en la mayoría de ellos, a pesar de sus actos claramente inmorales. Dentro del contexto, sus decisiones se entienden, y eso es clave para que la película funcione.
El humor está muy bien cuidado: es sutil, preciso y aparece cuando tiene que aparecer. Buen timing, sin subrayados innecesarios. Estamos ante una comedia negra con tintes de ciencia ficción —aunque no tan lejana a nuestra realidad como nos gustaría pensar—. El resultado es inquietante y, al mismo tiempo, incómodamente gracioso. La película habla de parejas rotas y de cómo estas personas interactúan con sus robots, ya sea a través del sexo o de gestos afectivos aparentemente simples, pero capaces de despertar emociones genuinas.
El tema de los “robots pareja” no es nuevo; ya fue explorado en Her de Spike Jonze, aunque aquí el enfoque es muy distinto. La película elige un escenario casi teatral: una única y conveniente locación, aislada de toda civilización, en medio de un bosque, donde se encuentra la casa del millonario ruso y donde Iris, la robot, comete el asesinato.
A partir de ahí, la obra se convierte en un popurrí de géneros: comedia negra, ciencia ficción, home invasion y hasta ecos de cine de asesinos seriales. Todo convive de manera sorprendentemente orgánica, sin que ninguno de estos elementos se sienta forzado.
Este film no pretende dar grandes respuestas filosóficas sobre la IA, pero sí deja una sensación incómoda: tal vez el verdadero problema no sean las máquinas que imitamos a nuestra imagen, sino lo que revelan de nosotros cuando las usamos para llenar vacíos que no queremos enfrentar. Un cierre más que interesante para el año.
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